No es que decidir sea un problema en sí, sino que la acción de decidir conlleva un duelo, y este es el problema. Decidir, además de escoger, implica desechar.... Implica no poder estar en dos lugares al mismo tiempo, o complacer a más de una persona a la vez.
Esta pérdida, tiene otras implicaciones además, porque puede darse el caso en que no se llegue a saber que fue lo perdido; el "y si hubiera..." se impera y se duda de si la decisión tomada fue la correcta... y hay veces en que nunca se sabrá si la fue.
Creo que una decisión, de por sí es difícil, porque si no lo fuera dudaría seriamente si es una decisión en realidad. Esta decisión define un punto de inflexión, un punto de no retorno. Es la cerradura al pasado y el comienzo del futuro. Decidir nos define, nos delimita, nos hace nosotros mismos y ahí yace la génesis del duelo, porque nos deshacemos de una manera y nos hacemos de otra. Destruimos nuestro ser, para re-crearnos de las cenizas y dirigirnos de frente con la pared de las consecuencias.
Y además de hacernos objeto y sujeto de la decisión, nos vemos convertidos en juez, porque ¿quién podrá alguna vez decir si lo hicimos bien o no sino nosotros mismos?
Siempre guardaremos la duda de cómo sería nuestra vida si se hubieran tomado otras decisiones, pero dichosos serán esos que no se arrepientan de haberlas tomado.
Esta pérdida, tiene otras implicaciones además, porque puede darse el caso en que no se llegue a saber que fue lo perdido; el "y si hubiera..." se impera y se duda de si la decisión tomada fue la correcta... y hay veces en que nunca se sabrá si la fue.
Creo que una decisión, de por sí es difícil, porque si no lo fuera dudaría seriamente si es una decisión en realidad. Esta decisión define un punto de inflexión, un punto de no retorno. Es la cerradura al pasado y el comienzo del futuro. Decidir nos define, nos delimita, nos hace nosotros mismos y ahí yace la génesis del duelo, porque nos deshacemos de una manera y nos hacemos de otra. Destruimos nuestro ser, para re-crearnos de las cenizas y dirigirnos de frente con la pared de las consecuencias.
Y además de hacernos objeto y sujeto de la decisión, nos vemos convertidos en juez, porque ¿quién podrá alguna vez decir si lo hicimos bien o no sino nosotros mismos?
Siempre guardaremos la duda de cómo sería nuestra vida si se hubieran tomado otras decisiones, pero dichosos serán esos que no se arrepientan de haberlas tomado.